domingo, 1 de febrero de 2015

MONTONEROS: LA SOBERBIA ARMADA

Durante un período de mi infancia viví con la curiosa convicción de que todas las cosas tenían una doble naturaleza, un doble ser: un ser para cuando se las miraba,otro para cuando no se las miraba. No sé en qué momento llegué a esta extraña conclusión- quizás a las cuatro o cinco años de edad-, pero recuerdo que solía almorzar con la vista fija en una botella de vino,tratando de imaginar la transfiguración que se produciría en ella si yo, de pronto, cerraba los ojos. Con los ojos abiertos, tenía delante una botella. Si los cerraba, la botella se convertía instantáneamente en un duende, lanzado a corretear traviesamente sobre el mantel, o sobre lo que terminaba por ser el mantel al librarse, también él, de mi mirada. Si luego abría los ojos, toda la escena volvía a inmovilizarse, recobrando la cotidiana naturaleza de las cosas visibles: la botella volvía a ser botella y el mantel, mantel. Me resultaría difícil precisar ahora, con medio siglo de experiencias acumuladas sobre aquellas primeras fantasías de mi niñez, hasta qué punto creía yo en esa sorprendente Weltanschaung infantil. Pero quizá sirvan para medir el grado de realidad que yo asignaba a ese mundo escondido y misterioso las estratagemas que solía dedicar al desesperado intento de penetrarlo, de “verlo” Recuero que mi celada favorita en esta diaria batalla por ganar acceso al mundo invisible era la de ir cerrando lentamente los ojos ante la botella, ofreciéndole la apariencia de un observador que se adormecía. Y a los pocos segundos los abría repentina y rápidamente con la esperanza de pescarla desprevenida y de poder percibir, siquiera durante una fracción de segundo, la silueta evanescente del duende en transformación. Recuerdo también el amargo desconsuelo con que volvía a encontrarme, desde el primer instante, con la mera botella. 2 Años mas tarde, leyendo los hermosos estudios de Levi Brûhl y las fascinantes observaciones de Frobenius sobre la mentalidad primitiva, vine a enterarme de que pueblos enteros habían vivido durante generaciones y generaciones con esta misma concepción del mundo. Resultaba que nuestra civilización occidental, con su hábito de atenerse objetivamente a lo que se experimenta de las cosas y a cifrar en relaciones de causalidad física los cambios del mundo exterior, era en el largo tiempo histórico un pequeño islote de racionalidad que sobrenadaba milenios de culturas mágicas en las cuales el mundo -el mundo en que se creía- nada tenía que ver con el testimonio que nos daba de él nuestra experiencia. Culturas en las que el trato del hombre con el Universo se fundaba en un suerte de “retrología” hechicera, que encaraba los signos exteriores y perceptibles de las cosas como embozos de una realidad distinta, enigmática y normalmente inaccesible, escondida detrás de ellas. Hoy, millares de observaciones, de percepciones, de datos recogidos y creídos en nuestra experiencia sensorial de las cosas nos han llevado por inducción a explicar la lluvia como el producto de bolsones de baja presión atmosférica que atraen y concentran, en una relación de causa y efecto, las nubes dispersas en las áreas de alta presión. La mentalidad primitiva la explicaba como el llanto de dioses entristecidos en sus lejanas e invisibles moradas celestes. Nosotros nos esforzamos por controlar las lluvias operando con procedimientos científico- técnicos sobre el mecanismo causal que las produce. El hombre primitivo trataba de llegar al mismo resultado alegrando a los dioses, levantándoles altares y sacrificándoles corderos. Nosotros, en suma, ajustamos nuestro trato con las cosas a lo que sensorialmente percibimos de ellas, a lo que hay en ellas de visible, palpable, audible, experimentable. El hombre primitivo, ese "retrólogo”, lo ajustaba a la naturaleza oculta de las cosas, a lo que había en ellas de invisible,inaudible, impalpable, inexperimentable. I Pablo Giussani Hoy, a la luz de la racionalidad que existe siempre entre los estímulos que recibimos del mundo exterior y nuestras respuestas a ellos, la secuencia estímulo-respuesta en el hombre primitivo nos resulta absurda, ilógica y cómica por su ilogicidad. 3 Otro recuerdo de infancia que aquí viene al caso es el de los relatos de mi tío Virgilio, un emprendedor industrial italiano con ocasionales inclinaciones aventureras, que dedicó un año de su vida a explorar en las nacientes del Amazonas tierras que él describía, quizá con razón, como jamás alcanzadas hasta entonces por el hombre blanco. Y en estas correrías, dijo haber estado en una aldea indígena cuyos pobladores tenían un modo muy peculiar de hacer frente a las crecidas de un río. Cuando el tío crecía y amenazaba desbordar su cauce, los indios de la aldea no hacían lo que racionalmente haría cualquiera de nosotros -huir, treparse a los techos o construir defensas físicas contra el desborde. Lo que hacían era correr con grandes palos a los establos y apalear ferozmente a sus animales, con preferencia los cerdos, que reaccionaban al castigo con estremecedores chillidos. Era ésta una suerte de tecnología mágica que apuntaba a espantar con el estruendoso lamento de las bestias el espíritu maligno que se había apoderado del río. Este modo de entrar en tratos con las cosas tiene dos implicaciones importantes. La primera, señalada por Levi Brûhl, es la imposibilidad de aprender con la experiencia. No es posible, en efecto, que la experiencia cuestiones, desmienta o corrija los contenidos de una concepción que empieza por negarle validez. La segunda es la necesidad de delegar en otros una facultad cognoscitiva que el hombre común no está en condiciones de ejercitar por su propia cuenta. El conocimiento de la realidad, no pudiendo originarse en ese modo universal y ramplón de tomar contacto con las cosas que es la experiencia, tiene que emanar de la autoridad que se les reconoce a determinados individuos considerados excepcionales y superiores. El saber, en esta concepción mágica del universo, no es algo que el hombre común ejercita, sino algo que recibe, una revelación difundida por hechiceros provistos de poderes extraordinarios que les permiten alcanzar, en raros y sublimes momentos de éxtasis, atisbos visuales de ese mundo normalmente invisible. El santón puede ser un individuo aislado y solitario cuya sabiduría es aceptada como incompartible por la comunidad. O puede ser el guía de un largo y complejo proceso iniciático recorrido por otros hombres con la esperanza de llegar a ser algún día, también ellos, privilegiados testigos del mundo verdadero. 4 Yo había olvidado aquella historia de los cerdos apaleados para calmar el río, hasta que la reviví de pronto, a principios de la década de 1970, en una sugestiva asociación de ideas, al observar las tortuosas relaciones que se desarrollaban en esos años entre los montoneros y el general Perón. Eran relaciones plagadas, también ellas, de secuencias absurdas entre estímulos y respuestas, entre pasos a la derecha por parte de Perón y reacciones aprobatorias desde la izquierda, acompañadas de bizantinas explicaciones, por parte de los montoneros. Las explicaciones respondían siempre, en lo esencial, a un mismo esquema básico, consistente en degradar cada paso estratégico de Perón al rango de un paso táctico, como un modo de preservar en la trabajosa visualización montonera del viejo líder el mito de una estrategia exquisita y secreta, encaminada por sabios meandros y hábiles rodeos a la liberación nacional. Una cosa que me intrigaba era precisamente la insólita y casi maniática insistencia con que los términos “táctica” y “estrategia” aparecían reiterados en el lenguaje montonero. Y finalmente llegué a la conclusión de que ambas expresiones estaban siendo disociadas de su acepción clásica en el vocabulario político convencional, y convertidas en fórmulas rituales de alusión a esa dicotomía mágica entre un mundo de realidades invisibles y un mundo de visibilidades irreales. Había, así, un Perón “táctico”, inmerso en la irrealidad de lo visible, audible, palpable, y verificable, que tenía de confidente y delfín a López Rega1, bendecía a la derecha sindical y prometía con un guiño convertir a la Argentina en un país socialista “... como Bélgica”. Y detrás de él estaba el Perón “estratégico” y verdadero, provisto de una realidad secreta a la que sólo tenían acceso ritual los iniciados, un formidable y gratificante Perón-duende que era invisible, inaudible, impalpable e inverificablemente revolucionario. En esos años circulaba un chiste en el que Mario Firmenich2, instantes antes de morir fusilado por orden de Perón, junto con los demás integrantes de la conducción montonera, decía con entusiasmo a sus compañeros de infortunio: “ Qué me dicen de esta táctica genial que se le ocurrió al Viejo?" “. A esta altura, han muerto o “desaparecido” ya millares de montoneros, como resultado de una represión cuya metodología fue de algún modo delineada por el propio Perón, cuando éste autorizó en 1973 la utilización de “cualquier medio” para poner fin a la infiltración de izquierda en su movimiento. Los montoneros velaron a todos sus muertos, y aun hoy rinden homenaje a su memoria, bajo la consigna de “ hasta la victoria, mi general”, en lo que de alguna manera viene a ser una trágica reproducción de aquel chiste en el terreno de los hechos. 5 Si la conciencia hechicera descrita aquí como contenido de un particular tipo de relación con Perón fuera sólo una peculiaridad de los montoneros, sería de un valor teórico bastante relativo y de muy escasa utilidad para la comprensión de esa franja más amplia de fenómenos políticos que incluye al terrorismo en general o a la ultraizquierda genéricamente considerada. Pero la verdad es que el análisis de cualquiera de estas manifestaciones acaba por descubrir en ellas un común trasfondo de magia que lleva a considerarlas como residuos de una mentalidad históricamente remota o limitada hoy como fenómeno normal a ciertas etapas de la niñez. En 1963, el Uruguay todavía era “ la Suiza de Sudamérica”. Bajo un inocuo gobierno colegiado, cuyos innumerables defectos no incluían, por cierto, el de ser opresivo, preservaba su orgullosa democracia en medio de las rutinarias dictaduras que se sucedían en el resto del subcontinente. Las libertades de expresión y de asociación gozaban de plena vigencia, los estados de sitio y las campañas por la excarcelación de los presos políticos eran exotismos que la prensa sólo mencionaba en sus páginas de información internacional, y la escasa policía local observaba con escrupulosidad la prohibición de practicar allanamientos después de la caída del sol. En ese Uruguay y en ese año, Raúl Sendic3 dirigía ya a sus compatriotas llamados a la 1 José López Rega, un ex policía aficionado a las ciencias ocultas, se convierte a mediados de los años '60 en secretario privado del general Perón y desde ese cargo acaba por ejercer una enorme influencia sobre el viejo líder político y sobre su tercera esposa, María Estela Martínez de Perón. Designado ministro de Bienestar Social en el gobierno surgido del casi plebiscitario triunfo electoral que obtuvo el peronismo en marzo de 1973, llegó a ser el virtual “hombre fuerte” de la Argentina bajo la gestión de la señora de Perón, quien sucedió en la presidencia a su esposo tras la muerte de éste en julio de 1974. Sus relaciones con el matrimonio Perón fueron comparadas a menudo con las de Rasputín con el zar Nicolás II y la zarina Alejandra. Se le atribuyó el patrocinio de un terrorismo de Estado que se manifestó en las actividades de la denominada Alianza Anticomunista Argentina (AAA). 2 Mario Eduardo Firmenich, nacido en 1949, se convirtió en máximo líder de la organización Montoneros después que murió Fernando Abal Medina el 7 de setiembre de 1970, en un encuentro armado con la policía. Como otros dirigentes del grupo, proviene del área católica de extrema derecha. Amigos del general Aramburu suelen invocar este origen para respaldar la tesis de que el secuestro y el asesinato del ex presidente fueron cometidos en connivencia con sectores internos del régimen militar encabezado por el general Onganía. 3 Raúl Sendic fue el fundador y máximo dirigente del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Nacido el 16 de marzo de 1926, milita desde su adolescencia en las filas del Partido Socialista de Uruguay, que lo ve ascender rápidamente a puestos de conducción, primero como dirigente de la Juventud Socialista y más tarde como integrante del comité ejecutivo partidario. En los primeros años '60 se aparta de la agrupación para poner en marcha la resistencia contra lo que describía como un régimen “fascista”. En ese mismo año, guerrilleros y armamentos eran desembarcados sobre las costas de Venezuela para alimentar una guerra antifascista contra el gobierno constitucional, democrático y pluralista de Rómulo Bentancourt. También en 1963 se abría en medio de las dictaduras que asolaron a la Argentina durante los últimos 50 años un raro y reluciente paréntesis de libertades públicas y respeto por los derechos humanos bajo el manso gobierno de Arturo Illia. Ese paréntesis fue el momento elegido por el “ Comandante Segundo” para lanzar desde Salta una “guerra de liberación”. En 1977, las calles de Italia exhibían pintadas firmadas por la Autonomía Operaia4, en las que el nombre del entonces primer ministro Giulio Andreotti aparecía seguido por una cruz gamada, con el signo “igual” interpuesto entre ambos. Podríamos haber recorrido de cabo a rabo el Uruguay del gobierno colegiado, la Venezuela de Bentancourt, la Argentina de Illia y la Italia de Andreotti sin que nuestra experiencia sensorial de las cosas descubriera el menor indicio de un Estado fascista. Y, sin embargo, había en todos esos países centenares o millares de jóvenes consagrados, sacrificada y abnegadamente, a formas de lucha armada contra el fascismo. En todos ellos estaba funcionando a tambor batiente el mecanismo de las secuencias locas entre estímulo y respuesta. ¿ Qué diferencia hay entre responder al inofensivo colegiado uruguayo con una “ guerra popular antifascista” y responder a la credia del río con bastonazos a los cerdos?. 6 El extremismo revolucionario no ignoraba en 1963 que el Uruguay visible y verificable rebozaba de libertades y garantías constitucionales. Pero explicaba: el detalle de que el fascismo no se vea no significa que no exista. Lo que ocurre es que está enmascarado. Es una de sus malditas astucias. Estas instituciones democráticas no son sino apariencias, un disfraz del que se sirve para confundir a la gente. El razonamiento, mil veces repetido y mil veces escuchado a lo largo de las últimas dos décadas en todos los ámbitos de la extrema izquierda latinoamericana, continuaba con la presunción d eque, si todo el pueblo tomara conciencia del fascismo escondido tras las apariencias democráticas, respondería en masa al llamado a la resistencia. ¿ Qué hacer, pues? El extremismo revolucionario sentencia: “ Hay que desenmascarar al fascismo” Y el primer paso de este desenmascaramiento era la denuncia, el intento de “ concientizar” a la gente y de abrirle los ojos sobre la verdad del enemigo emboscado. Pero como ocurre que el pueblo uruguayo – como el argentino, el venezolano o el italiano- es, después de todo, una parcela de nuestra evolucionada civilización racionalista y atenida a los hechos visibles, resulta difícil convencerlo de que un fascismo invisible, no registrable entre tales hechos, existe. Y, entonces, ¿ Qué debe hacerse? La fórmula del extremismo revolucionario: obligar al régimen a desprenderse de su máscara, llevarlo a una situación en la que le resulte imposible mantener en pie sus apariencias democráticas, forzarlo a mostrarse en toda su ferocidad 5 organización guerrillera, luego de cumplir en 1960 una visita a Cuba que resulta decisiva para orientarlo en esta dirección. Capturado en 1972 en medio de la campaña militar que habría de destruir al movimiento tupamaro, Sendic sufre un largo período de prisión, que aun continúa en 1984, y durante el cual fue sometido, según fehacientes denuncias, a terribles torturas. 4 Autonomía operaia (autonomía obrera), grupo de extrema izquierda que creció durante los últimos años '70 bajo la guía doctrinaria de Toni Negri, Franco Piperno y otros líderes menores, que actuaban principalmente en el campo universitario. Predicadora y practicante de la violencia revolucionaria, critica a menudo el “militarismo” de ciertos grupos armados clandestinos, como las Brigadas Rojas, y auspicia como alternativa la “violencia de masa”. 5 Entre las formulaciones más características de esta filosofía, figura una declaración de Potere Operaio ( poder obrero), organización italiana de extrema izquierda emanada de las turbulencias de 1968 y considerada la matriz histórica de las Brigadas Rojas y otros grupos terroristas que operaron en Italia en la década de 1970: “ Cuando el La mayor parte de la violencia guerrillera que se extendió por Latinoamérica en los últimos 20 años (este libro fue publicado en 1984) empezó por no ser otra cosa que la instrumentación de esta consigna. La violencia encarada como estímulo de una contraviolencia concientizante, como modo de llevar al plano de la objetividad visible un fascismo que de otro modo no alcanzaba a ser materia de persuasión en un mero intercambio discursivo entre subjetividades6. 7 Cuando al espiral de la violencia y la contraviolencia logra efectivamente cubrir el tránsito entre el apacible colegiado uruguayo de 1963 y la feroz dictadura de Aparicio Méndez, una mentalidad evolucionada de nuestra civilización racional y atenida a los hechos visibles percibe que ha surgido, en la realidad, una situación nueva, distinta de la anterior. Que ha habido, en suma, un cambio. Ubica además este cambio en el contexto de las relaciones causales que gobiernan los hechos visibles, y advierte que ha sido promovido, condicionado, motivado. Los acontecimientos toman entonces un giro inesperado para las expectativas del extremismo revolucionario: la promoción del fascismo al mundo objetivo no genera adhesión a la guerrilla urbana, sino todo lo contrario. Su efecto sobre las masas no es movilizador, sino inhibitorio. El hombre de la calle percibe en el extremismo revolucionario no al enemigo de la dictadura, sino al progenitor de la dictadura, el causante del cambio. El extremismo revolucionario se defiende y argumenta: aquí no ha habido cambio alguno. Nosotros no hemos cambiado nada. El fascismo de hoy es el mismo que había antes, sólo que ahora está claro, a la vista. La violencia guerrillera, de esta manera, no se asume a sí misma, en rigor, como una política, como una praxis, como un modo de operar sobre la realidad para producir en ella determinados cambios- pues se da por supuesto que la realidad permanece inmutable-, sino como una mayeútica, una operación aplicada, no a las cosas, sino al saber que se tiene acerca de ellas, un ritual iniciático en el que santones provistos de ametralladoras y bombas de fraccionamiento guían paternalmente a la comunidad hacia el conocimiento de realidades preexistentes. Si bien se mira, en la lógica de esta violencia concientizante, el momento de la efectiva transformación de la realidad por vía de la lucha antifascista concreta resulta visualizado siempre como posterior al de la combatiente movilización masiva que se aspira a motivar con la previa exposición del fascismo. Pero como ya se ha visto que esta forma de violencia es a la vez inhibitoria de la movilización que se pretende desatar con ella, resulta en los hechos que la hora de la lucha antifascista concreta queda indefinidamente postergada, proyectada a un vaporoso e inalcanzable futuro, como el de la resurrección de la carne. Asumido como enemigo en abstracto, el fascismo jamás llega a serlo en concreto para esta praxis que va anteponiendo inacabablemente a la hora de combatirlo la tarea de provocarlo, Estado se vea obligado a erigirse en pura forma de dominio y de destrucción física, cuando el Estado se vea reducido a sus cuerpos armados, entonces las condiciones de la victoria de la revolución estarán aseguradas “. 8 Potere Operaio del lunedi, 2 de abril de 1972, citado por Giampaolo Pansa, Storie italiane de violenza e terrorismo, Laterza, Bari, 1980, p.33). 6 En 1961, cuando faltaba más de un lustro para que el autoritarismo de Pacheco Areco comenzara a socavar las libertades democráticas en el Uruguay, Raúl Sendic escribió en El Sol, órgano del Partido Socialista Uruguayo: “ El régimen que impera en nuestro país tiene un rostro y una máscara. La máscara es la apariencia de libertad y de democracia experimentada sólo por la gente rica y que sólo sirve para ser mostrada al exterior. Pero la democracia burguesa en nuestro país, como la democracia burguesa en todas partes, no resiste la prueba de fuego de la lucha de clases. Aquí ha caído la máscara y ha dejado a la vista un rostro siniestro, que evoca las macabras fauces del fascismo”. Sendic aparece aquí en una de sus últimas apelaciones al método discursivo para “ desnudar al fascismo” ante la conciencia de las masas. El escaso rendimiento de este esfuerzo bajo el colegiado uruguayo ha de llevarlo después a la impaciente metodología de las ametralladoras. convocarlo, preservarlo a la vista de la gente. En esta tarea, el enemigo concreto es identificado siempre entre los moderados, los liberales, los progresistas, responsables de empañar y restar visibilidad al “ sistema”. Silverio Corvisieri relata una ilustrativa conversación que tuvo oportunidad de mantener cuando, en junio de 1979, visitó como diputado italiano la prisión de Spoleto para verificar el trato recibido por los presos. Allí se encontró con Vincenzo Guagliardo, un dirigente de las Brigadas Rojas, quien le señaló el contraste entre el duro guardiacárcel responsable de su sección, a quien los presos llamaban el “ mariscal Pinochet”, y el director del penal, un hombre de inclinaciones moderadas que concedía liberales facilidades a los reclusos para visitar a sus familias. El enemigo para Guagliardo, era naturalmente el directo del penal. “ Nos divide el frente” , explicaba7. En 1979, la organización terrorista Prima Linea reivindicó en Italia el asesinato del juez Emilio Alessandrini con un documento en el que señalaba como justificación del crimen la eficacia del magistrado. Alessandrini un progresista, debía ser eliminado porque, siendo un buen juez, fortalecía la credibilidad del Estado. El golpe militar que derrocó en Chile al gobierno de Unidad Popular fue saludado como un acontecimiento positivo por algunos ambientes de la extrema izquierda europea. Tal fue en italia la reacción de Lotta Continua, que había aportado su grano de arena a las motivaciones del golpe con una colecta realizada bajo la consigna de “ armas para el MIR”. Lotta Continua recibió con preocupación, días después del golpe, la versión de que un sector del ejército chileno marchaba sobre Santiago bajo el mando del general Prats en defensa del derrocado régimen constitucional. A juicio de este grupo, se trataba de militares burgueses que intentaban arrebatar al proletariado chileno una revolución que ahora tenía finalmente abierto el camino tas la caída del “ gobierno-freno” de Salvador Allende8. 8 En julio de 1966, días después del golpe militar que derribó al gobierno de Illia en la Argentina, un activista estudiantil con el que yo había tenido algunos tratos durante mi pasada militancia política se me acercó en un café de la calle Corrientes, donde solía reunirme al caer la noche con otros periodistas. “ Un viejo amigo te quiere ver”, me dijo, hablándome conspirativamente al oído. “ Si me acompañás, podemos encontrarnos con él ahora”. Salimos juntos del café y recorrimos cuatro cuadras en silencio hasta llegar al centro de la plaza Talcahuano. Allí, parado junto a un ombú cuyo bajo follaje lo protegía de la esca iluminación circundante, estaba Joe Baxter. Líder de una pasada escisión de izquierda en la organización ultraderechista “ Tacuara” y futuro líder de una escisión populista en el Ejercito Revolucionario del Pueblo ( ERP)9 Días antes, el flamante régimen militar del general Juan Carlos Onganía había producido su primera muestra de brutalidad, interviniendo violentamente la Universidad Nacional de Buenos Aires en lo que habría de ser recordado como “ la noche de los bastones largos” “ ¡ Lo que está ocurriendo en la Argentina es estupendo!” me dijo Baxter. “ Finalmente empiezan a darse las condiciones para la revolución!” Esta conciencia jubilosa del fascismo en eclosión, común a las reacciones de Baxter ante la caída de Illia, de Lotta Continua ante el derrocamiento de Allende y de Guagliardo ante la providencial presencia de un Pinochet penitenciario que “ unificaba el frente” fue también el excitante que en 1970 llevó a los montoneros a irrumpir en el escenario argentino asesinando al general Pedro Eugenio 7 Silverio Corvisieri, Il mio viaggio nella sinistra, Ed. L”Espresso, 1979, p. 173 8 Silverio Corvisieri, ibid. p. 125 9 El Ejército Revolucionario del Pueblo ( ERP) era una formación guerrillera constituida en 1970 como brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), de orientación trotskista. Aramburu10. He escuchado decenas de explicaciones montoneras de las motivaciones que precipitaron este crimen, y todas ellas coincidían en aquella invariable exaltación de la “claridad” que aportan los halcones cuando se devoran a las palomas. El fascismo, por fin, estaba allí, presente y a la vista en el uniforme del general Onganía, despertando conciencias que habían quedado dormidas bajo el blando gobierno de Illia. Después del “ Cordobazo”11, sin embargo, comenzó a cobrar consistencia en el seno del ejército argentino una corriente militar liberal que, con Aramburu como figura alternativa, se fue distanciando de Onganía en busca de una apertura política. En los primeros meses de 1970, ya había inorgánicas deliberaciones castrenses, contactos tomados con las proscritas fuerzas políticas y viajes de discretos emisarios a Madrid, signos todos de que el rumbo de la “ Revolución Argentina”12 estaba por ser torcido hacia un proceso de democratización que contemplaba inclusive, por primera vez en quince años, el reconocimiento legal del peronismo. El extremismo revolucionario argentino observó este curso de los acontecimientos con la misma preocupación que asaltaría años después a Lotta Continua ante la supuesta marcha de Prats sobre Santiago. Lo que se estaba viendo desde los santuarios del extremismo revolucionario argentino no era, desde luego, una situación en proceso de cambio. La realidad no cambiaba – sino que se manifestaba- al pasar de la democracia a la dictadura y tampoco cambiaba al sufrir el proceso inverso. En la óptica de la extrema izquierda, las cosas se ceñían una vez más a la magia de las realidades inmutables en las que todo cambio se disuelve en un ectoplasma de irrealidades distractivas. El fascismo se aprestaba no a morir, sino a enmascarase de nuevo. Había que detener este proceso, descabezarlo en una cruzada por defender la claridad en peligro. El enemigo: Aramburu. Agente del ilusionismo demoliberal, como Illia y el general Prats, Aramburu fue secuestrado por los montoneros el 29 de mayo de 1970 y ritualmente sacrificado dos días después en un acto de exorcismo dirigido a expurgar de la luz el espíritu de las tinieblas. Es curioso el destino de los demoliberales, doblemente execrados como máscaras del fascismo por la ultraizquierda y como personero disfrazados de la subversión, por un simétrico magismo de extrema derecha. Esa fue la suerte de Aramburu, reaseguro de la derecha para el extremismo revolucionario y émulo de Kerensky para los ideólogos de la “ Revolución Argentina”. Exponente, en suma de un ilusionismo a dos puntas que habría de convertirlo en blanco de una alianza, por lo menos objetivo, entre Onganía y los montoneros, entre la claridad y sus sacerdotes. 10 El teniente general Pedro Eugenio Aramburu fue uno de los principales líderes del alzamiento militar que en setiembre de 1955 puso fin a casi una década de régimen peronista. En noviembre de ese año ascendió a la presidencia luego de encabezar con éxito una conspiración contra el general Eduardo Lonardi, titular del primer gobierno surgido del golpe castrense contra Perón. En contraste con la actitud conciliadora demostrada por Lonardi frente a ciertas franjas del peronismo,sobre todo en el campo sindical, Aramburu asumió la representación de los sectores militares y civiles más antiperonistas. Su actuación al frente del gobierno militar, en consecuencia, tuvo un fuerte carácter represivo. La máxima expresión de esta política fue el fusilamiento de más de treinta militares y civiles en junio de 1956, luego de un fracasado intento insurreccional peronista. Durante la década que siguió a su paso por el poder ( 1955-1958), Aramburu fue evolucionando hacia posiciones más flexibles hasta convertirse hacia fines de la década de 1960 en promotor de un acuerdo con el peronismo que permitiera dar una salida institucional al régimen militar instalado en 1966. El asesinato de Aramburu por los montoneros dejó trunco este proyecto. 11 Con el nombre de “ Cordobazo” se conoce en la Argentina el alzamiento popular que en mayo de 1969 sacudió la ciudad de Córdoba, principal centro de la industria automotriz en la Argentina. Aunque sofocado finalmente por las Fuerzas Armadas, el “ Cordobazo” marcó para el régimen militar del general Onganía el comienzo de un proceso de deterioro que culminaría con su caída un año después. 12 Los líderes del alzamiento militar que derrocó en 1966 al presidente constitucional Arturo Illia eligieron la denominación de “ Revolución Argentina” para el proceso de reforma institucional que consideraban puesto en marcha con esa insurrección. 9 Ha ocurrido siempre y en todas partes: jóvenes nacidos en familias de clase media más o menos acomodada, que por su origen social tienen acceso a estudios superiores, librerías de moda, bibliotecas, conversaciones sofisticadas en las que se habla de alienación, de Marx, de Marcuse o de la lucha de clases, y que un buen día, a la luz de las nociones bien o mal absorbidas de este contorno, tienen una súbita percepción de la falsedad, la hipocresía, la inmoralidad fundamental en que descansa la vida de sus padres. Esta percepción lleva a una primera sensación de repugnancia, de rechazo por ese mundo cuyo símbolo inmediato y cotidiano es papá. “ caro papa”, la película de Dino Risi, describe con gran acierto este pequeño y emblemático drama familiar de un adolescente que, de pronto, se ve repelido hacia el submundo de la marginación seudorrevolucionaria por un padre que acumula millones de dólares en oscuros tratos con las transnacionales invocando a cada paso su pasado de partigiano. Este rechazo, en sí mismo, no es negativo. Está bien que una fortuna construida sobre el hambre de braceros sicilianos, mineros chilenos o indocumentdos mexicanos repugne a un adolescente de este estrato social, aun cuando sea su familia el marco en el que esta realidad se le manifiesta. Pero en siete casos de cada diez, esta naciente conciencia de rechazo surge con adherencias del medio social que le sirve de marco. Es un rechazo que retiene porciones del mundo que rechaza, hábitos, gustos, inclinaciones y prerrogativas de clase que impiden dar a ese primer momento de repulsión proyecciones revolucionarias,. Y el rechazo, a la postre, se queda en mera rebeldía. ¿ Cuál es la diferencia entre un revolucionario y un rebelde? Un revolucionario es, por lo pronto, un individuo política, ideológica y culturalmente independiente. Tiene sus propios fines, su propia tabla de valores, su propio camino. Y cuando da un paso, lo da arrastrado teleológicamente hacia adelante por aquella objetiva constelación de fines y valores que lo trascienden. Un rebelde, en cambio, vive de rebote. La dirección de sus movimientos no está marcada por metas que lo atraen sino por realidades dadas que lo r4epelen. Y la repulsión desnuda, la repulsión vivida como un absoluto y no como momento derivado de una previa percepción de valores y objetivos que califican de rechazable lo rechazado, se resuelve en un puro negativismo. La negación, en su variante absoluta, es un modo de depender de lo negado, El joven rebelde, carente de una tabla de valores propia, necesita conocer la tabla de valores de sus padres para construir por inversión la suya. Si su rebeldía se expresa en la indumentaria, ruborizará a su padres presentándose desgreñado, grasiento y con deshilachados jeans en las recepciones que ofrece su familia. Si se expresa a través de la literatura, escribirá versos obscenos que escandalicen a la tía Eduviges. Y si se expresa en términos políticos, las opciones del joven rebelde no serán otras que las del contorno familiar asumidas consigno invertido. En mis tiempos, por lo menos, este rechazo negativista consistente en poner cabeza abajo la escala de valores de papá se cumplía en el terreno político a través de la siguiente operación: el adolescente se preguntaba qué era lo que papá más temía y detestaba en el campo político. La respuesta era, generalmente: “ el comunismo internacional”. Y el joven revelde, en consecuencia corría a inscribirse en el Partido Comunista. Pero esta afiliación fundada en la mera inversión mecánica del anticomunismo paterno reviste peculiares modalidades. Bajo el rótulo de “ comunismo”, nuestro joven rebelde asumía como su propio destino político no lo que el comunismo era, sino la imagen negativa que tenía del comunismo su padre. Papá creía que los comunistas eran inescrupulosos, y nuestro joven rebelde posaba de sanguinario y violento. Papá creía que los comunistas negaban los valores fundamentales de la familia, y nuestro joven rebelde abogaba por el amor libre y la lucha contra el autoritarismo paterno. El comunismo que nuestro joven rebelde abrazaba no era sino una antología en negativo de los juicios o prejuicios anticomunistas de su familia. Pero, una vez ingresado en el PC, el joven rebelde se encontraba con la sorpresa de que los comunistas no eran así. Los descubría pacíficos y rutinarios, cumplidores de horarios y amantes de la vida familiar. Por momentos, hasta se parecían a papá. Sobrevenía entonces el desencanto, y el joven rebelde traducía su frustración en dos actitudes posibles: o abandonaba el partido para canalizar su rebeldía por otros conductos, eventualmente la droga o la cultura beat, o permanecía un tiempo más en el partido para genera una escisión colectiva de extrema izquierda. Gran parte del extremismo revolucionario ha tenido este origen. 10 En un grupo originado de esta manera, el rechazo negativo de lo dado confluye con la renuencia mágica a desarrollar conductas acordes con los contenidos objetivos de la propia experiencia. Magia y negación son variantes complementarias de esa niñez estancada y resistente a la maduración que es el extremismo revolucionario. Y al igual que la concepción mágica de las cosas, o más bien como parte inseparable de ella, también este componente negativista del extremismo revolucionario impide a la larga que la acción originada en ella sea realmente una política. Una política, cualquier política, implica una necesidad de crecer, de sumar, de asumir real o siquiera demagógicamente la representación de anhelos colectivos, de escalonar los propios fines en programas máximos y programas mínimos que permitan construir la mayor red de alianzas posible. Pero el extremismo revolucionario sacrifica siempre e invariablemente estas inherencias de la política como tal a la necesidad de ser y, sobre todo, de parecer terrible. Montoneros fue, en buena medida, un producto, y a la vez un canalizador, de ambos componentes. Un político revolucionario – que lo es fundamentalmente por su aptitud para atender a la experiencia acumulada en la historia- sabe que consignas tales como “ cinco por uno, no quedará ninguno” , o “ llora, llora la puta oligarquía, porque se viene la tercera tiranía” no sirven para construir una política. Sirven si, para presentar como propia una personalidad escandalosa que asuste a la tía Eduviges. Los propósitos del rebelde, en realidad, no van mas allá de esto. Mientras el revolucionario rechaza una realidad dada con el ánimo de superarla, el rebelde la rechaza con el ánimo de que su rechazo conste. Y un rechazo proyectado al servicio de su propia constancia tiene que ser forzosamente directo, agresivo, clamoroso. Aunque la agresión fortalezca a la realidad agredida y sacrifique la posibilidad de superarla; es decir, de dar al rechazo una dimensión politica. A los montoneros leds tocó vivir una realmente dramática contradicción entre la mayor oportunidad jamás concedida a un grupo de izquierda en la Argentina para la construcción de un gran movimiento político y la cotidiana urgencia infantil por inmolar esa posibilidad al deleite de ofrecer un testimonio tremebundo de si mismo. Esta acción autotestimonial, arquetípicamente presente en cada gesto montonero, es siempre inhibitoria de la acción política. Hacer política es desentenderse de uno mismo, trascenderse. Un político vive primariamente atento a sus metas, no a su imagen. Sólo secundariamente atiende a su imagen como algo cuyo valor no es absoluto sino derivado del fin. Y una imagen elaborada en función de genuinos fines políticos nunca es terrible. Ortega y Gasset, en un ensayo que escribió en los años '30 sobre los argentinos, les atribuyó justa o injustamente un modo de encarar la propia vida que se asimila en cierto modo a lo que aquí se viene describiendo como una niñez estancada. Ortega creía advertir un contraste entre los europeos, empeñados en hacer, y los argentinos, empeñados en ser. Por un lado, una vida abierta al mundo, a los demás, a una constelación de ines exteriores a ella. Por el otro, una vida ensimismada, revertida sobre sí misma, en la que el sujeto que la vive permanece consagrado a la construcción de su propio personaje. Un europeo, en la visión de Ortega, elige ser escritor porque quiere escribir. Un argentino elige escribir porque quiere ser escritor. Esta visión puede ser acertada o no como caracterización global de los argentinos – en todo caso creo que es menos acertada hoy que en los años '30-, pero muerde sin duda sobre la realidad, si se enfoca con ella a la extrema izquierda, argentina o europea. Un político revolucionario es un hombre que quiere hacer la revolución. Un militante de extrema izquierda es un hombre que quiere ser un revolucionario. Y hay considerables diferencias entre las motivaciones que llevan a construir en el mundo exterior una revolución y las que llevan a construir en uno mismo una personalidad revolucionaria. Un político revolucionario, con su vida proyectada hacia una revolución entendida como fin que lo trasciende, está espiritual y psicológicamente disponible para asumir, a partir de la experiencia histórica, la creencia de que el camino hacia la revolución pasa por una coexistencia pacífica compartible con Willy Brandt, por un programa mínimo que lo asocie con Andreotti, o por las vías institucionales de la democracia parlamentaria y pluralista. Para un militante de extrema izquierda, en cambio, la tarea de construirse autocontemplativamente una personalidad revolucionaria requiere otros ingredientes. La contemplación, autopracticada o buscada en otros a propósito de uno mismo, necesita un objeto claramente visualizable, audiovisualmente más atractivo. Mientras que en un político revolucionario la tarea de hacer una revolución le exige a veces ofrecer de sí mismo la desteñida imagen de un concejal, la de construir una personalidad revolucionaria reclama colorido, brillo, una arquitectura de signos y símbolos asimilables a la temática de los posters. Frente a la necesidad de hacer la revolución, que se resuelve en el universo de la política, la necesidad de dejar teñida en el universo de la imagen, reducida a pura iconografía: el birrete guerrillero, la estrella de cinco puntas, los brazos en alto enarbolando ametralladoras. 11 No es necesario precisar que la descripción de este narcisismo revolucionario es también, en gran medida, una descripción de Montoneros, con su sanguinolento folklore, sus redobles guerreros, su gesticulación militar. El narcisismo revolucionario necesita, en adición a su imagen, situaciones exteriores que la justifiquen. Su obsesiva visualización de la realidad como fascismo responde también a la urgencia por disponer de un contorno de estímulos a los que sólo pueda responderse con conductas iconográficamente satisfactorias, con movimientos fijables en un poster de tema heroico. En otros términos, el narcisismo revolucionario necesita, de un modo visceral y como componente de su propia identidad, situaciones de violencia. Violencia practicada y violencia padecida. Heroísmo y martirio. Esta imaginería heroica, cuando se traduce a término teóricos, construye fabulosas teologías de la violencia, concepciones que asumen la violencia, no como respuesta circunstancial a determinadas condiciones exteriores, sino como una irrenunciable manera de ser. La violencia no es ocasionalmente aceptada como una imposición externa, sino interiorizada, entrañabilizada, vivida como la expresión de la propia naturaleza y del propio destino. Nada ilustra mejor esta interiorización de la violencia que el abismal contraste observable entre las imágenes con que construye su iconografía el narcisismo revolucionario y las que acompañan en Italia toda recordación -plástica, literaria o cinematográfica- de la resistencia contra el fascismo y la ocupación nazi. El partigiano rescatado por la iconografía de la resistencia es, básicamente, un civil. El fusil o la ametralladora se agregan extrínsecamente a gastados pantalones campesino, sacos de oficinistas, raídos sombreros de fieltro y a veces hasta corbatas. En el partigiano presentado por estas imágenes, la violencia aparece asumida como una anormalidad, como un momento extraño al propio programa de vida. Fue necesario tomar las armas y se las tomó, fue necesario matar y se mató, pero no como un acto de autorrealización sino como un doloroso paréntesis. En la iconografía del narcisismo revolucionario, el arma es intrínseca al personaje. Entronca sin solución de continuidad con el uniforme verde oliva, el birrete con la estrellita, la mirada épica. Pasajera y puramente adjetiva es la personalidad del partigiano, la ametralladora es, en cambio, sustantiva y constitutiva de la personalidad de ese revolucionario autocontemplativo del que Montoneros mostró una de las tantas variantes latinoamericanas, quizás la más arquetípica. Se explica así que, con el triunfo peronista en las elecciones de marzo de 1973 y el ascenso de Cámpora a la presidencia13, comenzará para los montoneros un período de raro desasosiego, inadvertido al principio, pero palpable a las pocas semanas. Legalizados, instalados de pronto en bancas parlamentarias, oficinas ministeriales y a

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