lunes, 16 de enero de 2012

LO QUE VIENE


CRÓNICAS DE LA REPÚBLICA
Señales de lo que viene

por Eugenio Paillet


La noticia política en lo que va del verano ha sido, sin lugar a dudas, la intervención quirúrgica a que fue sometida la presidenta de la Nación. El hecho en sí mismo ha dejado algunas señales y mucho material para analizar lo que viene en el país, y en mayor medida dentro del propio oficialismo, donde, de a poco, hay quienes creen que todo deberá ir perfilándose hacia el tratamiento en profundidad del espinoso tema de la sucesión de Cristina Fernández, salvo que ella consiga la improbable reforma constitucional que le permita aspirar a un tercer mandato consecutivo.

Elaboraciones futuristas al margen, conviene detenerse en el presente y en el impacto en el corto plazo de aquellos indicios políticos. El primero de ellos, más allá del escándalo que envolvió la historia sobre el cáncer que la presidenta finalmente no tenía, y del sonoro papelón de los médicos que intervinieron casi sin excepción, es la creciente influencia que se adjudica a Máximo Kirchner. Un posicionamiento y un poder en la toma de decisiones que alcanza a todas las líneas del gobierno y, según los mejores confidentes del oficialismo, a la propia Cristina.

Se dice (y hay algunas probanzas a la mano) que ella lo consulta para todo o casi todo. Y que el joven líder de La Cámpora estaría ejerciendo sobre su madre el mismo rol detrás del trono que ejercía Néstor Kirchner hasta su repentina muerte. "No sé si influye o no, pero sí es seguro que ella lo consulta antes de tomar cualquier decisión", confesó un hombre con despacho en la Casa Rosada. Se sostiene, sin rubores, que Máximo es de temer. Y que Amado Boudou ya sintió ese rigor sobre su propia humanidad. Frente a las dudas que suele generar la idea de semejante protagonismo de ese mismo joven, al que hasta no hace mucho se decía que no le interesaba otra cosa que la administración de la fortuna familiar desde sus oficinas en Río Gallegos, al menos ya consiguió alguien que salió a defenderlo públicamente. Aníbal Fernández aseguró: "Nunca lo escuché hablar estupideces".

En medio de esos enjuagues, el kirchnerismo y su inmensa galería de medios aliados salieron a jugar el deporte que más les gusta: echarle la culpa al periodismo independiente por el tratamiento supuestamente tendencioso de la intervención a la presidenta. Un ejercicio que rebosa de hipocresía: los "acusados" sólo informaron que los médicos habían dicho que Cristina tenía cáncer de tiroides, y luego reflejaron que esos mismos médicos dijeron que, en verdad, no padecía esa enfermedad. La sospecha sobre manipulación de la información en manos oficiales o de aprovechamiento político de la enfermedad no fue de los medios, que en todo caso reflejaron la opinión en esa dirección de dirigentes políticos como Hermes Binner, por citar un caso.

En suma: la "culpa" del periodismo al que atacan es haber publicado, una vez más, la verdad, salvo que no es la verdad que al kirchnerismo le gusta escuchar. O que no les guste que un diario titule en tapa que "Cristina no tiene cáncer". Pero, ¿no fue eso lo que dijo el último parte médico antes de que le diesen el alta del hospital Austral?

El siguiente indicio político que deja este arranque del verano y de la gestión de Cristina es el ascenso hacia poderes casi absolutos en el manejo de la economía de Guillermo Moreno. El poderoso secretario de Comercio Interior se convirtió, de la noche a la mañana, en un superministro con retención en sus manos de todas las decisiones en materia de importaciones y exportaciones, del valor del dólar, de ordenar precios en los supermercados, y hasta de actividades que hasta ahora le eran ajenas, como el destino de la obra pública.

No llamaría tanto la atención, a estas alturas, que Moreno ejerza una decisiva influencia sobre ministros como Hernán Lorenzino y Débora Giorgi, y también sobre el vicepresidente Amado Boudou: De hecho, ha copado la Cancillería y convertido a Héctor Timerman en cartón pintado. También ha avanzado sobre territorio del ministerio de Planificación, un coto cerrado que todos estos años administró con mano de hierro el arquitecto Julio de Vido, preferido de Néstor Kirchner y, desde hace un año, también de su viuda. Se sostiene, en pasillos del gobierno, que Moreno hace y deshace a su antojo y que sólo reporta sin intermediarios a Cristina Fernández. Y que ella, claro está, no lo desautoriza. El ascenso de Moreno supone, a la vez, el fracaso rotundo de quienes, en el mismo gobierno, aseguraban que no duraría más allá del 10 de diciembre.

Aquella instalación en la cima de Máximo Kirchner (sólo el tiempo dirá cuánto de real y cuánto de fantasía tiene esa impresión) vino acompañada de los ostensibles movimientos para acotarlos, o marcarles la cancha, a dos figuras que, según algunos paladares negros del gobierno, ante el problema de salud de la presidenta pudieron verse tentadas a anticipar movimientos sucesorios, como son Daniel Scioli y Amado Boudou.

Al gobernador bonaerense, al que, de manera insólita, desde el kirchnerismo puro, se le reclaman, una y otra vez, pruebas de alineamiento a ultranza, como si no las ofreciese a cada paso, le esperan más de esas trapisondas. Ya se vio en el estudiado escandalete que montó Gabriel Mariotto para sacudirlo en público por haber jugado un partido de fútbol en la playa con Mauricio Macri. "No está para jugar en primera", le disparó, en obvia alusión a las legítimas aspiraciones del mandatario para dentro de cuatro años. O en el desplante que le hizo al no asistir a un acto en la costa que oficialmente se había anunciado que compartirían. Y no se conoció un solo llamado de la presidenta o del propio Mariotto ni de ningún funcionario del kirchnerismo, para alegrarse por haber sorteado dos operaciones de riñón en menos de dos semanas.

Por el lado del vicepresidente Boudou, alcanza con reseñar apenas una muestra del humillante ninguneo al que lo han sometido desde el kirchnerismo que no lo quiere, durante el oscuro interinato que le ha tocado protagonizar. Y que tiene todo el propósito de recordarle, por si no lo ha notado, que no es bienvenido a la carpa y que cualquier amague sucesorio o de veleidades de juego propio no sólo es arriesgado y prematuro, sino que no cuenta con el apoyo del entorno. Se trata del acto que tuvo que encabezar la semana que pasó en la vereda de la Casa Rosada, micrófono en mano, para entregar camiones recolectores de residuos junto al secretario de Medio
Ambiente, Juan José Mussi. Casi una postal de república bananera. O de reafirmación de los aires monárquicos de la convaleciente Cristina, cuyo despacho es intocable, aun si la propia Constitución sostiene en su letra lo contrario. Claro que vale una aclaración: al que menos le importa semejante
destrato institucional, no personal o siquiera político, es al propio vicepresidente en ejercicio.

Entre los temas políticos que habrá que seguir con atención y que han tenido despliegue ya en estos días, figura la guerra que se viene entre Cristina Fernández y Mauricio Macri, quizás los dos más seguros contendientes (ella, a través de un sucesor, y él con candidatura propia) en la pelea presidencial de 2015. La tregua plagada de saludos y buenos modales que pareció alumbrar entre los dos y sus respectivos equipos antes de fin de año, que había arrancado con las congratulaciones mutuas durante las asunciones del 10 de diciembre, fue un espejismo que engañó a más de uno.

Cristina ha vuelto a mostrarle los dientes y todo conduce a pensar que le hará la vida imposible a medida que avance el calendario. Primero, le transfirió los subtes sin derecho a pataleo, para hacerle pagar el costo del aumento del pasaje. La semana pasada, Nilda Garré le negó el auxilio de la Policía Federal para ayudar a erradicar a los "manteros" de la calle Florida, siguiendo una orden emanada desde Olivos. Y la última jugada busca embretar a Macri con aportes oscuros a su campaña electoral provenientes de una red de trata de personas y de la prostitución.

Por cuerda separada, apenas se reintegre a la Casa Rosada, la presidenta deberá atender, al menos, otros cinco frentes abiertos: la sucesión en la CGT, donde el gobierno decidió apostar fuerte por el metalúrgico Antonio Caló; la advertencia del entorno de Hugo Moyano de lanzar un paro nacional para marzo o abril, si se insiste con poner un techo de 18 por ciento a las paritarias; un plan de lucha de los estatales de UPCN y ATE para resistir el recorte de sus salarios y el despido de contratados; la creciente resistencia de empresarios e industriales por las trabas de Moreno a las importaciones, y el inevitable descontento social que crecerá a partir de marzo, cuando se aplique el duro tarifazo a los servicios públicos.

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